Una investigación del Prof. Dr. Antonio Las Heras
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Fue mi primera experiencia de ver, allí, frente a mí, a metros de profundidad bajo el nivel del suelo, un sereno, quieto, lago subterráneo de aguas claras, transparentes. Tal como se suelen ver en las películas documentales. Solo que, esta vez, yo estaba allí, cuidando – claro – de no tocar las aguas a efectos de reducir al mínimo toda posible contaminación. Aguas que, tal vez, se acumularon hace millones de años permaneciendo en esta especie de cápsula del tiempo. Estoy recorriendo el interior de un encadenamiento de cavernas ya utilizado por los pueblos originarios – desde hace al menos 8.000 años – quienes dejaron huellas de su paso por estos sitios. Estas paredes estuvieron decoradas por múltiples pinturas rupestres casi todas las cuales, ahora, se diluyeron o bien están apenas perceptibles. Una gran pena que los cambios del clima así como la descuidada mano humana hayan provocado estos descalabros pues algunas de las figuras que aún pueden verse convocan a la controversia, como el hecho de advertirse con claridad – en pintura roja – un conjunto de enormes cruces muy similares a las usadas por la Orden de los Templarios. Pero, ¿es posible que el Temple hubiera llegado a este sitio, próximo a la Cordillera de los Andes?.

Es que estamos en las entrañas del Tequel-Malal (nombre dado por los Tehuelches) y rebautizado por el perito Francisco Pascasio Moreno (1852/1919) como Cerro de los Leones, según unos porque en esa época abundaban allí los pumas o leones americanos, según otros debido a las formas que presenta visto desde lejos cual si fuera un león macho descansando. Millones de años atrás fue un volcán muy activo que produjo intensas erupciones de lava y gases los que al ser despedidos dieron forma al actual promontorio rocoso de basalto laminar y columnar, igual que a las cavernas. Hoy es un volcán apagado. Se encuentra en el extremo este del lago Nahuel Huapí, a 15 km. de la ciudad de San Carlos de Bariloche. Para llegar hay que tomar la ruta Nº 237 hasta la intersección con la ruta Nº 23, y hacer por esta 1 km y medio. Dejar los vehículos e iniciar un tranquilo ascenso – el ingreso al complejo de cavernas se halla en lo alto – mientras se disfruta el paisaje que permite ver con amplitud toda la zona. Así, llegados a unos 1.350 metros de altura, surge una imponente vista panorámica de 360º, que permite atisbar los principales cerros de la región – el Cerro Otto, el Tronador – así como el poblado Dina Huapi, San Carlos de Bariloche, el serpenteante río Ñirihuau y también el río Limay como la peculiar estepa patagónica y el espejo azulcelesteverdoso del Nahuel Huapí.

Durante la visita (en 1880) de Francisco^Pascasio Moreno – quién fue el descubridor arqueológico – comprobó que en tiempos remotos había sido utilizado como morada por los habitantes precolombinos. Luego, lo transformaron en un cementerio, lo que explicó que una de las cavidades estuviera ocupada por cuerpos momificados y dispuestos uno sobre otro.

Obviamente, Moreno no asoció este hecho de la existencia de un cementerio con notorias pinturas rupestes en forma de cruz cristiana de color rojo, más precisamente, las cruces de los Templarios. Lo mas probable es que el prestigioso investigador patagónico ni siquiera hubiera oído hablar del Temple. Pero, admitamos nosotros, que constituir un cementerio y colocarle cruces en sus paredes es, como mínimo, una coincidencia llamativa en la que, hasta el momento, ninguno ha reparado antes que nosotros. Pero lo que si comprendió es que esos “cuerpos momificados y apilonados uno sobre el otro” constituían un “curioso cementerio”. Es decir, Moreno tuvo bien en claro que acababa de hallar algo peculiar que no había visto en otro sitio de su tan recorrida Patagonia. También hizo referencia a lo desconocido del motivo por el cual – en apariencia los Tehuelches – habían tomado esta decisión. Empero, ya hubo otros investigadores antes que nosotros que entrevieron una posible relación con las creencias cristianas. Ocurre que existe una pintura rupestre (ya prácticamente ilegible), una forma laberíntica en pintura roja. A ella le ha sido atribuida la simbología del “tránsito de las almas por el purgatorio hacia el mas allá”.

Tales cuerpos momificados así como esqueletos, utensilios, vasijas y todo lo hallado fue trasladado por el mismo Moreno a lo que, posteriormente, sería el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.

Algunos detalles sobre estas formaciones geológicas. Se ingresa a través de un túnel en la roca. El recorrido es peligroso por lo absolutamente oscuro y escarpado. Hay zonas donde las rocas del suelo están húmedas, muy resbaladizas o cubiertas de cierto tipo de verdín que las hace difíciles para caminar. Ingresar requiere el uso de casco adecuado, guantes y linterna, sobre todo la de tipo militar acodada que puede colgarse en la cazadora y mantener las manos libres. De todos modos, quien esto escribe terminó con todo su cuerpo deslizándose entre las piedras hasta quedar a pocos metros de la laguna interior.


La caverna mas próxima al exterior fue utilizada como cómoda y protegida habitación. En ella se encontraron pieles y elementos líticos y óseos de talabartería, restos de fogones, puntas de flechas, morteros, pedazos de vajilla hecha en arcilla así como restos humanos. Quedan algunas pinturas rupestes. La segunda caverna también es amplia y permite albergar a varias personas a mejor resguardo del clima externo. Se accede después a la tercer y última caverna, una de las mas importantes de la zona, teniendo la misma aproximadamente 10 metros de alto, 30 metros de ancho y unos 130 metros de largo.

De acuerdo a los estudios arqueológicos, los Tehuelches habitaron la primera, que es la mas pequeña, usándola como taller, el otro sector habría oficiado como cocina y era gobernado por las mujeres. La segunda, por su amplitud, fue un dormitorio colectivo. La deducción es que en el fondo de la caverna dormían los niños y las mujeres. Los hombres atentos al posible ataque de pumas o bien la llegada de visitas humanas inesperadas lo hacían en la parte delantera, a modo de guardia nocturna preventiva. Esta cavidad fue la que en tiempos mas recientes se utilizó como cementerio. Lo cierto es que desde que Francisco Moreno hizo sus hallazgos y se los llevó no hubo nuevas investigaciones. Hay preguntas que parecen no tener respuesta aún con la antiguedad de las momias y esqueletos hallados en este cementerio cavernario. Y si las pinturas rupestres de cruces Templarias son coincidentes en el tiempo. Siempre ocurre cuando hay cavernas y grutas, que estas son ocupadas por diferentes culturas a lo largo de la historia. Otros investigadores no solo afirman sino que exhiben pruebas de la presencia de miembros de la Orden del Temple en la Costa Atlántica Patagónica, e inclusive, su establecimiento definitivo en estos territorios. Empero estas pinturas rupestres demostrarían que los Templarios cruzaron hacia el oeste llegando a Los Andes, y mas aún, provocando la creación de cementerios al estilo europeo.

Finalmente, hay que pasar un muy estrecho túnel, que requiere avanzar cuerpo a tierra, uno tras otro mientras el casco golpea todo el tiempo contra el techo. Un tránsito no apto para claustrofóbicos. Se avanza despacio ayudándose con codos y rodillas, apenas iluminados por la linterna de cada uno. Saliendo del angosto túnel surge una habitación muy grande al tiempo que las lámparas nos exhiben el pequeño lago subterráneo. Absortos en el silencio de la profunda gruta puede oírse el movimiento del agua del manantial que alimenta al inmóvil espejo de agua.

© de las fotos by Antonio LAS HERAS y Mónica CODEVILLA FREDES, 2012. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción de las fotos sin autorización previa por escrito de uno de los autores. alasheras@hotmail.com